La recuperación y la (re)integración de las personas con trastorno mental grave es el objetivo fundamental del asistencia a la salud mental. Los diferentes servicios (comunitarios, hospitalarios y ambulatorios), así como las intervenciones intervenciones psicológicas, psiquiátricas y sociales que en ellos se desarrollan deben dirigirse a facilitar la mejora del estado mental, así como la recuperación personal e integración social de las personas que por diversas razones biopsicosociales han visto afectada gravemente su vida por la experiencia del trastorno mental.
“La recuperación [de un trastorno mental grave] es un proceso único, profundamente personal, de cambio de actitudes, valores, sentimientos, metas, habilidades y roles de una persona. Es una manera de vivir una vida satisfactoria, con esperanza y aportaciones, incluso con las limitaciones causadas por la enfermedad. La recuperación implica desarrollar un nuevo sentido y propósito en la vida, a la vez que la persona crece más allá de los efectos catastróficos de la enfermedad mental…” (Anthony, 1993).
Aunque el proceso de recuperación es único, podemos mantener con Andresen que los elementos esenciales y comunes del proceso de recuperación son cuatro (Andresen, Oades, & Caputi, 2003):
- Encontrar esperanza y mantenerla – creer en uno mismo, tener sentido de autocontrol y optimismo de cara al futuro;
- Re-establecimiento de una identidad positiva – encontrar una nueva identidad que incorpore la enfermedad pero que mantenga un sentido positivo de uno mismo;
- Construir una vida con sentido – entender la enfermedad; encontrar un sentido a la vida pese a la enfermedad; dedicarse a vivir;
- Asumir responsabilidad y control – sentir que se controla la enfermedad y que se controla la vida.
Diferentes investigaciones han señalado el beneficio del ejercicio físico en las personas con trastorno mental grave. Se ha descubierto que la programación de actividad física basada en la naturaleza es una forma efectiva de ayudar a mejorar la salud de las personas con enfermedades mentales (Maier & Jette, 2016). La experiencia en la naturaleza, no solo mejora el estado físico, sino que además reduce la rumiación y la activación de la corteza prefrontal subgenual, una zona cerebral relacionada con el riesgo de enfermedad mental (Bratman, Hamilton, Hahn, Daily, & Gross, 2015), reduce los síntomas negativos de la esquizofrenia (Vogel et al., 2019) y fomenta la autonomía necesaria para la recuperación en personas con un episodio de psicosis (Lambden, Berge, & Forsell, 2018).
Las personas con enfermedades mentales que han participado en este tipo de programas han reportado una gran cantidad de beneficios, que incluyen un aumento de las interacciones sociales, un nuevo sentido de propósito y empoderamiento, confianza en los entrenadores, seguridad derivada de estar en un entorno de apoyo (como opuesto a un centro deportivo centrado en la apariencia social), mejora en los síntomas (reducciones en la rumia, mejoras en el estado de ánimo y el sueño) y reconexión con un antiguo yo más en forma o la formación de una identidad no vinculada a una enfermedad mental (Mason & Holt, 2012).
A pesar de estos beneficios, también se han identificado varios desafíos para la
participación. Por ejemplo, las personas que tienen más probabilidades de completar los programas de ejercicio tienden a ser hombres, adultos mayores, personas que viven en áreas no rurales y personas sin enfermedades mentales (Crone, Johnston, Gidlow, Henley, & James, 2008; James et al., 2008). Las razones de las bajas tasas de adherencia incluyen el costo de participar en programas de ejercicio (Crone, 2007) , síntomas de enfermedad mental y los efectos secundarios de los medicamentos (p. ej., ansiedad, fatiga, aumento de peso y obesidad, alucinaciones) (Crone & Guy, 2008; McDevitt, Snyder, Miller, & Wilbur, 2006).
El estigma experimentado por las personas con discapacidades psiquiátricas también es una consideración importante, ya que sentirse incómodos en entornos públicos debido a los juicios reales o percibidos de los demás puede conducir a una disminución de los niveles de actividad física (McDevitt et al., 2006). Se ha encontrado que los entornos basados en el gimnasio, en particular, provocan ansiedad dado que hay una atención adicional en el comportamiento físico, el nivel de condición física y la apariencia (Hefferon, Mallery, Gay, & Elliott, 2013).
La programación de ejercicio físico basada en la naturaleza para personas con problemas de salud mental es una forma potencial de abordar algunos de estos desafíos (Pretty, Peacock, Sellens, & Griffin, 2005). En entornos basados en la naturaleza, es probable que las personas tengan encuentros sensoriales con la flora, la fauna y paisajes pintorescos; también pueden tener que enfrentarse con terreno accidentado, condiciones climáticas adversas o desafíos planeados por los líderes del grupo. Tales experiencias pueden ayudar a los participantes a desarrollar habilidades físicas y psicológicas y fomentar relaciones. Hay menos atención que en los entornos basados en el gimnasio al rendimiento y la apariencia atlética, lo que permite reconectarse con el cuerpo, apreciar su capacidad para experimentar placer y superar obstáculos y su interrelación con los compañeros de actividad y la naturaleza (Allen-Collinson & Leledaki, 2015).
Además, participar en actividades basadas en la naturaleza puede dar a los individuos un mayor sentido de propósito, normalización y conexión con su comunidad (O’Brien, Burls, Townsend, & Ebden, 2011). Estos beneficios son inestimables dado que las personas con enfermedades mentales severas a menudo se autoexcluyen o son excluidas, con pocas oportunidades de integrarse verdaderamente en la sociedad (Carless & Douglas, 2008).
En este sentido se han identificado en personas con trastorno mental grave tres tipos narrativos que subyacen a la conversación de los participantes en actividades deportivas sobre el deporte y el ejercicio: (a) una narrativa de acción sobre «ir a lugares y hacer cosas»; (b) una narración de logros sobre logros a través del esfuerzo, habilidad o coraje; (c) una relación narrativa de experiencias compartidas para hablar, combinada con oportunidades para hablar sobre esas experiencias. Estos tipos narrativos difieren significativamente de las habitualmente dominantes narrativas sobre la enfermedad mental y pueden considerarse alternativas a ellas, proporcionando un recurso narrativo que permite a los participantes volver a contar aspectos positivos de sus vidas al crear y compartir historias personales a través de las cuales reconstruir o mantener un sentido positivo de yo e identidad necesarios para la recuperación (Carless & Douglas, 2008).
De otro lado es conocido que las personas con trastorno mental grave sufren estigma social al ser consideradas personas raras, peligrosas, poco fiables, dependientes y poco comprometidas, lo que genera rechazo social y vergüenza, que dificulta su recuperación e integración social, que hace necesarias acciones decididas y creativas para combatir este estigma y promover la recuperación y la integración social (Morgan, Reavley, Ross, Too, & Jorm, 2018; Wood & Irons, 2017).